La ciencia en la escuela

Un artículo para pensar la práctica. 

Cómo enseñar ciencia en la escuela thumbs/thumbnailCAGD1KA3.jpg

«Hay que recuperar en el aula la mirada inquisidora de los chicos»

Martes 27 de mayo de 2008

  •   «La buena ciencia se aprende haciendo ciencia.»

  •    «No se puede aprender ciencia sin experimentar.»

  •    «Para enseñar ciencia, se necesita tiempo. Hay que elegir los temas  importantes de nuestros programas enciclopédicos porque, si no, vamos a lograr que los chicos sepan cada vez menos de cada vez más temas.»

  •  «En nuestras sociedades científico-tecnológicas, la enseñanza de la ciencia debe ser para todos, y no solamente para los que están interesados en ella.»

  •  «La meta de toda educación científica es entusiasmar al alumno y hacer que quiera aprender más. También, preservar en él la curiosidad, dotarlo de un espíritu crítico y acostumbrarlo a evaluar los hechos sobre la base de las evidencias.»

He aquí el ideario sucinto que debería inspirar la tarea de los maestros de ciencias en un mundo que cada día concede más importancia a la alfabetización científica de la ciudadanía. Es la visión coincidente del biólogo Diego Golombek, investigador del Conicet y director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Quilmes, y del físico Jonathan Osborne, especialista en didáctica de las ciencias y profesor del Departamento de Educación y Estudios Públicos del King s College, de la Universidad de Londres.

Ayer, ambos disertaron en la jornada inaugural del IV Foro Latinoamericano de Educación, organizado por la Fundación Santillana con el lema de «Aprender y enseñar ciencias. Desafíos, estrategias y oportunidades». Golombek es autor, además, del documento básico del foro, Aprender y enseñar ciencias: del laboratorio al aula y viceversa, en el que analiza la fundamentación y los distintos abordajes de la enseñanza de las ciencias en la escuela, y hace propuestas concretas.

Si se tienen en cuenta los flojos resultados que obtuvieron alumnos argentinos en recientes evaluaciones internacionales, el tema reviste para el país una urgencia singular. «Algunas posibles razones [de esta situación] apuntan a una pobre preparación de los formadores -dice Golombek-. Queda claro que en la Argentina los institutos de formación docente son deficientes, al menos en ciencias, y que también hay problemas en el día a día en el aula. El documento propone trabajar simultáneamente en los dos ámbitos, en el largo y en el muy corto plazo.»

La tarea, sin embargo, no es fácil. Entre otras cosas, porque incluso los resultados de las recetas más prometedoras parecen desvanecerse en el tiempo. «Aunque hay buenos proyectos que ya están implementandose -dice Golombek-, como el norteamericano, que intenta motivar la curiosidad y en el que los chicos argumentan sobre algo que vieron, luego esa alfabetización científica se pierde.»

Para el investigador, uno de los preceptos básicos que hay que tener en cuenta es que «la buena ciencia se aprende haciendo ciencia»; es decir, experimentando. «Pero en la escuela -subraya-, la mayoría de las clases son magistrales. Tenemos que recuperar en el aula la mirada inquisitiva de los chicos. Hay que alimentar la curiosidad para que no se pierda.»

Desde el jardín

En Gran Bretaña, la enseñanza de la ciencia comienza muy temprano, en el preescolar. Jonathan Osborne fue uno de los artífices que lo hicieron posible gracias a sus investigaciones de los últimos veinte años y a su tarea como consultor de la Cámara de los Comunes.

«En las escuelas primarias, los chicos usan equipos muy simples para investigar, como reglas, velas, banditas elásticas y termómetros -cuenta-. Y con eso se las arreglan para hacer mucha experimentación. Pero no quiero darles la impresión de que la situación es perfecta: por un lado, los maestros no se sienten muy seguros de su propio conocimiento y, cuando eso ocurre, enseñan de una forma muy cerrada; el otro problema es que tenemos una prueba nacional de ciencia, matemática e inglés, pensada para evaluar a los chicos, pero que al final se convierte en una evaluación de las escuelas y los maestros. Entonces, estos enseñan para la prueba y no para interesar a los chicos.»

Para Osborne, un malentendido habitual lleva a creer que la lectura y la escritura no forman parte de la enseñanza de la ciencia. «Igual que todas las otras actividades humanas, la ciencia se basa en textos, en la palabra escrita -dice-, pero también en diagramas, símbolos, gráficos, cuadros y matemática. De modo que el maestro de estos temas es un maestro «de lenguajes», los lenguajes de la ciencia. Y aquellos que lo reconocen obtienen mejores resultados.»

«La principal meta de toda educación científica -concluye- debería ser interesar al estudiante y no atiborrarlo de conocimientos que la mayoría olvidará. La ciencia es uno de los logros de los últimos 400 años de civilización, de modo que el ciudadano educado de hoy no sólo tiene que conocer sus ideas principales, sino también cómo funciona: los límites en la precisión de los datos, la distinción entre causa y asociación, y el papel que cumple la revisión por pares.»                                   

                                                                                             
Por Nora Bär 
                                                                                   
De la Redacción de LA NACIÓN

¿Cuál es nuestra posición ante la ciencia que enseñamos?

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